Los fantasmas aguardan en el camino


Una hilera de árboles era lo que separaba las dos casas por el lado de atrás de ambas. Café de aquí hasta allá, ese atájo lo recorríamos casi todos los días para no tener que tomar el camino real, eran unos cincuenta metros, salíamos de la parte de atrás de la casa y entrabamos por la parte de atrás de la otra casa.

 

Así transcurrían las tardes en que nos reuniamos a jugar en el patio de alguna de las casas. Nosotros vivíamos del lado de abajo y mas arribita Teresio Delfín y la señora Goya lidiaban con una trulla de muchachos sangaletones todos. Nosostros también éramos varios. Antes la familias eran muy numerosas, mamá logro parir disisiete muchachos y la señora Goya logró otros tantos.
Los partos eran asístidos todos en la casa, por la comadrona del caserío, antes no había cesárea ni nada de esas vainas, la comadrona sobaba la barriga con frecuencia preparando el parto que mas tarde llegaria. La comadrona era mi madrina María Ester, esposa de mi padrino Emiliano, es así como la comadrona se convertía en madrina de todos los muchachos y muchachas que nacimos en la Vega. Así la Madrina Ester se convirtió al mismo tiempo en un símbolo en toda la comarca.
 

Nos turnabamos las visitas de cada tarde para compartir nuestros juegos con juguetes hechos por los más grandes. Nos turnabamos, como dije, unas tardes íbamos a la casa del señor Teresio y otras tardes ellos venía a la nuestra y así transcurrían las semanas. Pegabamos una carrerita entre las matas cafeto y ya estábamos en el patio de la casa y a ¡jugar se hadicho!
Trompos de palos de guayaba o de naranjo finamente elaborados por los muchachos más grandes, las metras eran las frutas del árbol de parapara, los carritos de madera, pelotas de trapo, los caballos de palo. Papagayos si es verdad que no habían, ese era un juego citadino, en el campo no habían papagayos. Yo conocí los papagayos cuando me vine al pueblo a estudiar cuarto grado.
 

Así transcurrían casi todas las tardes entre el bullicio y la algarabía de Rogelio, Isaías y Juana que eran los más bullosos, Teresa y Baudelia estaban más grandes y eran más calladas que los otros. Todos ellos eran hermanos, todos hijos de Teresio y la señora Goya. Ah, falta Chillola, Auxiliadora se llama ella, me faltaba, también hay que sumarla en esta lista.
Por nuestra parte éramos otros tantos, la negra Lola, Gladys, Gollito, Diosa y yo. Lola se llamaba realmente María Dolores, Gladys no se llama Gladys, se llama Daría, esto lo supe mucho más tarde, Gollito es José Gregorio y este servidor Toribio, que como nací morocho, durante muchos años me llamaban Morocho. Mis viejos amigos aún me llaman Morocho, hoy los nuevos conocidos me llaman por mi nombre real. 

Antes casi todos éramos llamados por apodos, era tan arraigada esa costumbre que en algún momento, mucho más tarde, ya era un estudiante del liceo, ya vivíamos en La Raya, me llegaban revistas de la Habana y de la URSS, un día llegó el cartero y pregunto por Toribio Azuaje y mi papá que estaba sentado descansando afuera contestó ¡aquí no vive ningún Toribio! una de mis hermanas que escucho la conversa desde la cocina grito ¡papá ese es morocho! y el cartero logro entregar el paquete que traía literatura comunista, porque yo distinto a mis hermanos, a los que quiero tanto, siempre fui comunista, hasta el sol de hoy.
 

Y se preguntarán, dónde están los fantasmas que anuncia el título de este relato. Pues bien. Un día que Rogelio se quedó hasta más tarde entretenido con nosotros, sus hermanos regresaron ante de oscurecer, pero a Rogelio le cogió la noche. Una noche oscura y después de escuchar algunos cuentos de fantasma que no faltaban en las noches de conversas campesinas. Antes no había televisión y los más grandes se sentaban en el corredor a conversar trapiáo. Así que Rogelio tenía que decidir por dónde regresar por el atajo oscuro lleno de cafetales o dar la vuelta por el camino real. Era oscura la noche e hicimos varios amargues infuctuosos, no pudiendo llegar al lindero de las casas. La noche oscura y los cuentos de miedo nos hacían regresar a la carrera. Comenzamos a incursionar por el camino real pero veíamos una silueta blancusca que se movia en algún árbol, amenazante la silueta parecía venircenos encima, así que regresábamos corriendo, blancos del susto y cagaos del miedo. Después de mucho rato de ir y venir unos de nuestros hermanos nos acompaño por el atájo y al llegar al lindero que dividía los patios traseros de las casas, Rogelio pegó un carrerón y se perdió entre los cafetales, de lejos nos gritó ¡Ya llegué!
 

Al dia siguiente por la tarde fuimos a ver dónde estaba el fantasma que tantas veces nos hizo regresar, era una hoja de topocho senizoso movida por el viento la que nos metió el miedo hasta los tuetanos. La hojas de cambur y el crujir de las ramas al ser movidas por el viento nos hacían ver y sentir los fantasmas nocturnos.
 

En los campos de ayer, hay muchos cuentos de fantasmas, cuentos de muchachos y de viejos, fantasmas que nos dan miedo y otros que nos dan risa. En el campo hay de todo, en el campo hay muchos sueños y esperanzas, hay ilusiones escondidas entre cafetales y matas de limón.

El campo es un montón de te quieros, que nos hacen más fuertes para enfrentar la vida atocigante que nos espera cuando somos más grandes.

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