La historia de mi nombre.
Llevar el nombre de Toribio es cosa particular en estos tiempos. Este es uno que se suma a la lista de los nombres en peligro de extinción, como: Cloraldo, Teodoro, Gumersindo, Cirilo, o Temistocles. (Aquí puedes agregar otros)
A quíen se le puede ocurrir en estos tiempos bautizar a un hijo con uno de esos flamantes nombres. No sería un padre, seria un tirano que marcaría por siempre la humanidad de su infortunado descendiente.
Así que, al desaparecer quienes tenemos alguno de estos nombres, pues nos llevamos con nosotros, al último de la especie humana.
En aquellos tiempos se acostumbraba a colocarle el nombre a los hijos e hijas por el almanaque, así que, si naciste el día de San Antonio, te llamarás Antonio o Antonia, el día de San José nos sellaría con el nombre de José o Josefa, el día de San Pedro te marca con el nombre de Pedro o Petra(supongo).
Pero no, en mi caso no fue así, a mi papá que Dios me lo tenga dónde tiene que estar, no se le ocurrió mirar el almanaque el día que yo nací, total, el no sabía leer, pero bien pudo pedirle a alguien que leyera que decía el almanaque el día que yo nací. Pude haberme llamado, José, David, o Nicolás (mejor ese último no, es como muy pavoso), mi caso fue distinto, nadie miro el almanaque ese día, yo no sé dónde estaban mis hermanos mayores ese día en qué mi mamá me parió, por cierto nací morocho con otro varón pero a él si le pusieron un nombre común por San Ramón.
Pero de dónde sacó ese nombre mi papá, cuando lo más fácil era mostrarle a alguien la página del santoral del almanaque venezolano, que no faltaba en cada casa campesina, pegado en la tapia con seis tachuelas negras.
Pongan mucha tención, escuchen esto. Mi mamá solía ir a lavar la ropa y buscar agua en la quebrada que estaba en el camino real a unos 300 metros de la casa, ese era el paso obligado de todo quien vivía o visitaba el caserío. por allí pasaba todo el mundo.
Así que mi mamá, preñaota, con tremenda barriga morochera, frecuentaba ese paso obligado y un vecino que cada vez que por allí pasaba le decía, "yo voy a ser el padrino de ese muchacho" y así, después de centenares de pasadas y la consabida expresión de "yo voy a ser el padrino de ese muchacho", mi papá accedió a qué el vecino fuera el padrino de éste servidor.
Al llegar el día destinado para parir, 27 de abril de 1959, me acuerdo yo clarito, como si fuera hoy, nací ese dia y a los pocos días mi papá manda a buscar al vecino en cuestión, para cumplir con la palabra empeñada y bautizar a los recién nacidos. Para sorpresa el vecino se había mudado para el llano, lejos del caserío. No fue posible dar con él. Ahora se presentaba un gran dilema, era un pecado no cumplir la palabra empeñada, no podía haber otro padrino sino el vecino con quién se había establecido el compromiso de ser compadres por la ley de Dios.
Pero mi padre, sábio él, dijo: nada, para poder honrrar la palabra y el compromiso sagrado ante Dios, la única manera es que el niño, el que nació primero de los dos, debe llevar el nombre del compadre. Y así fue que me bautizaron con el nombre de Toribio, que era el nombre del vecino que a cada encuentro con mi madre en el paso real de la quebrada, le recordaba el compromiso de ser el padrino del muchacho que le abultaba la barriga a mi mamá.
Nunca conocí a mi padrino Toribio, hasta que un día, despues de muchos años, llega a mi oficina de director de turismo del estado, una maestra que decía conocerme, después de presentarse me dijo ser la hija del Señor Toribio, el compadre de mi papá y mi padrino sacramental.
Así fué como supe después de cincuenta y tantos años que mi padrino aún vivía y vivía en Guanare, a dónde se había mudado causando que mi padre no me asignara el nombre que me correspondía en el santoral sino el flamante nombre de Toribio.
Hoy después de tanto tiempo me acostumbre a llevar con orgullo ese nombre, que de muchacho me causo tantas rabias por las chanzas de mis amigos que se burlaban de ese nombre tan féo.
Toribio Azuaje
Noviembre 2020
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