Las buenas amistades no envejecen jamás

"Todo mi patrimonio son mis amigos". Emily Dickinson.



Esta semana transcurrida, me dí un pase de recuerdos y placeres que hacen pensar que la vida es más buena que la que nos invitan a mirar cada día. Me fui a San Rafael de la Laguna en las montañas de Chabasquén, invitado por un grato amigo de mis tiempos de mozo, Gilberto Ramos, "Moruy", como le decíamos en el liceo de Biscucuy, en franca alusión al pueblo campesino reflejado en la película "Canción mansa para un pueblo bravo", eran los tiempos en que se hacía buen cine en Venezuela.


Las trochas en la que se han convertido esas carreteras rurales retardaron un tanto la llegada. El paisaje adornado de bellos cafetales acompañaban la conversa fluida y placentera del "Niñolao", que me hacían entender que aún hay seres agradables y buenos en este mundo irracional y tosco que nos toca vivir.


El "Niñolao" me trasladó en su vehículo hasta aquellas montañas donde se mira el cielo un poco más de cerca. A golpe del mediodía o un poco más, de ese sábado, apenas al bajar el pie del estribo, ya me aguardaba una mesa campesina adornada de arepas y una olorosa sopa cocinada a leña, el humeante café dibujaba recuerdos en su aroma imborrable que se escapa en serpentinas zigzagueantes que se alejan hacia la infinitud. Los sabores, olores y colores  que atesoran estos campos solo son comparables al cielo que se nota muy cerquita desde estás tupidas montañas llenas de cafetales.


Los abrazos de amigos reconfortan, es mejor un abrazo que un mensaje de texto, las risas de muchachos, escondidas en los cuerpos roídos por el tiempo nos daban a entender que aquellos sueños siguen alimentando nuestras almas. Las buenas amistades no envejecen jamás, se mantienen intactas como si el tiempo se hubiera detenido todos estos años que nos tiñeron de blanco la escasa cabellera. Cuántas lunas han pasado en que Gilberto y yo recorríamos los pasillo de aquel liceo que nos formó para ser lo que somos. Todos esos recuerdos se agolparon para salir al encuentro de estos muchachos, sexagenarios ya, que se topan de nuevo para revivir los tiempos en que nos sobraban las fuerzas y los sueños. El tiempo no ha pasado, se quedó escondido entre nosotros, y ese día salió en tropel para endulzarnos un poco esta vida despues de tanta amargura que quieren imponernos los mercaderes del poder.


Estás altas montañas que guardan los secretos de hombres gigantes, como Argimiro y el General Montilla, nos dan más elementos para una conversa interminable que nos pasea de nuevo por aquellos pasillos del Liceo que recibía toda la muchachada de Campo Elias, Chabasquén y Biscucuy. Era la década de los 70 en la que se forjó gran parte de la historia más rica de esta patria tan grande y siempre traicionada 


Alargamos la noche hasta más no poder, y al día siguiente volvimos a hacer tierra, luego de mágicas horas y magistrales recorridos por el mejor de los tiempos vividos. Así, en aquel reencuentro, entendimos que la vida solo ha sido vivida si se recuerda y si se cuenta. Gracias hermano.

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